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Inauguración: 29 de octubre. 20 h.

Quiero contar en esta exposición, preparada para la Sala Amós Salvador, mi largo proceso de encantamiento personal con un pequeño pueblo costero de la provincia de Huelva, El Rompido, un paraje natural situado en la desembocadura del Rio Piedras, en los términos municipales de Lepe y Cartaya.

Está formado por una larga península de arena de catorce kilómetros constituida por los sedimentos del Rio Guadiana. Su origen está en 1755, cuando el gran terremoto de Lisboa produjo una inmensa ola que modificó toda la costa portuguesa y la atlántica andaluza, y a partir de ese momento empieza a formarse esa lengua con un ancho de algo menos de un kilómetro que se “rompía” frecuentemente con las avenidas del Rio Piedras formando nuevas bocas al mar.

El Rompido se crea como una factoría de pesca de atún con una base en la península del Piedras donde los pescadores tenían la logística del verano, pasando los inviernos en la aldea. Actualmente se pueden ver abandonados los restos de la factoría que ha quedado en el interior de un paraje natural protegido.

La almadraba abandonada es uno de los lugares más hermosos y misteriosos en los que he estado, un espacio donde el movimiento a cámara lenta aun es posible y captable, algo cada vez más inalcanzable para esta sociedad frenética en la que la contemplación se encuentra fuera de lugar.

El mar y las rías tranquilas, los paisajes de pinos, las arenas y retamas, las fuertes corrientes de marea que suben y bajan varios metros cada día, son el soporte, la materia y el sujeto de mi mirada, que se abre hacia la inmensidad del cosmos o se recoge dentro de una escala más intima para mostrar un trabajo solitario que trata de transmitir el peso y el enigma de los mitos.

Las diversas edificaciones en ruinas de la almadraba emergen y se sumergen entre la maleza, que en su inquietante avance transforma todo lo que atrapa en maraña vegetal. En esa acumulación se percibe una silenciosa gravitación semejante a un silencio hecho de calor que solo el zumbido de los insectos hace sensible.

Es un silencio misterioso: allí todo está marcado por lo imaginario y lo fantástico, y de esa conexión emocional con el paisaje surge la necesidad de la creación y el lento proceso de contemplar las relaciones entre las imágenes ofrecidas por los fenómenos naturales y la abstracción de las estructuras en que se sustentan los procesos de la creación. Más que tratar de transferir la configuración compleja de los primeros a los códigos de expresión de las segundas, lo que pretendo es explorar su mutua relación y elaborar obras que manifiesten la tensión entre ambos mundos.

Dar forma a esos signos, condensar en trazos precisos toda la tensión acumulada en la línea del horizonte, la profundidad de una sombra, el concepto de la ruina como símbolo y metáfora de la fragilidad del hombre, los espejismos de la lejanía o los propios ciclos vitales de la naturaleza en la alternancia de vida y muerte: estas son las tareas de la experiencia artística que solo puede comprenderse desde su condición de trance.

Durante un tiempo, la fotocopia pinchada en la pared de mi estudio solo era una imagen de ese lugar, pero su mensaje acaba por ser nítido y hago las dos grandes grietas del Carmen del IVAM; mas tarde me intereso por los huecos descarnados que fueron accesos a naves y viviendas, y ahora me pregunto: ¿será eso el mas allá?. En el fondo parece una nostalgia ante la constatación de aquello que se pierde pero a la vez se encuentra, y aparece Malevich. Lo descubro en Nueva York, impresionada por esa cumbre del pensamiento que es el Cuadrado negro sobre blanco. El tiempo ha invadido el espacio central craqueándolo. El lento engranaje de ese reloj interior absorto en sí mismo se pone en movimiento agitado por la relación que establece mi pensamiento entre ese cuadro y las interrogantes de las puertas y ventanas comidas por la maleza, y pinto la serie de cuadros que titulo Malevich, Twombly, J. C. Sabater, Vija Celmins, F. Mendoza,... en El Rompido.

El impacto del lugar, la luz, el tiempo y los cinco sentidos son el vehículo que me permite hallar ese referente. Paralelamente, la admiración por las cosas minúsculas y la evolución orgánica de la naturaleza la reflejo en la pieza Solo el mar en los ojos. Con un claro antecedente en la instalación del IVAM Con una vara de mimbre, parto en este caso de la idea de representar hierba con alambres de acero: una creciente y evidente ansiedad, y serias dudas sobre el curso actual de los acontecimientos humanos, se manifiesta incorporando a los alambres, mediante resina, un mar de lágrimas. De ahí su título: Cuando nada quede/ Solo el mar en los ojos.

Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos, pero es al menos igualmente cierto que en los sentidos hay muchas cosas que no penetran nunca en la mente. Nos afecta principalmente lo que dejamos que nos afecte.

Erwin Panofsky

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Soledad Sevilla